¿Quién no ha oído hablar de La Granja de Esporlas? Y seguramente muchos de los que hemos crecido en Mallorca la visitamos cuando estábamos en el colegio. Aunque si os soy sincera, yo recordaba bien poco.
Este post viene con retraso, lo tenía archivado desde el verano pasado y lo he rescatado ahora que estoy de baja por mi 3ª operación de rodilla y no puedo hacer muchos planes, de ahí que publique con más calma…
Un sabado de Junio, aprovechando que Toni estaba de viaje, decidí que ya era hora de volver a visitarla y cogí mochilita con merienda y me fui con los peques a pasar la tarde, ver animalitos siempre es un buen plan que les apetece y les gusta.
La Granja es una antigua casa señorial que sirvió de residencia y en el S. XIII se convirtió en convento. Los monjes que se establecieron en el convento empezaron a dedicarse al cultivo, y de ahí que se empezara a conocer como la Granja. Fue años después cuando se vendió a la famlia Vidal, y más adelante pasó a ser propiedad de la familia Fortuny, quien en el S. WVIII realizaron las reformas de la casa que es tal y cómo ahora mismo se mantiene, aunque ahora es propiedad de la familia Seguí. Visitarla es la mejor manera de conocer las costumbres mallorquinas de antaño.
Lo más destacable de La Granja, y de ahí su gran valor durante toda la historia, es el gran caudal de agua de su fuente natural, que alcanza los 120.000 litros de agua en invierno.
Nosotros llegamos sobre las 4 de la tarde, sabía que solo tendríamos 3 horitas para verlo todo (cierran a las 7), no es mucho, porque solo en la casa-museo uno puede invertir 1 horita buena en recorrerla, o más, según el interés que se tenga en las antigüedades. Pero como lo que a nosotros nos interesaba eran los animalitos y los jardines 3 horas nos dio para mucho.
Lo cierto es que para visitarlo todo tranquilamente lo ideal es ir a pasar el día y comer en el restaurante o cafetería y si queda tiempo luego hacer el recorrido forestal de 1.200 metros.
La visita exterior de la casa es muy interesante, o por lo menos a nosotros nos gustó mucho, además es un recorrido guiado. Me hizo gracia un amigo que había estado hace poco y lo comparó a IKEA. Siguiendo recto no hay perdida y lo visitas todo, unas flechas te van indicando los pasos a seguir.
Lo primero que se visita son los animalitos de la granja: burritos, cabritas, gallinas, conejitos, cerditos…es la parte que más gusta a los niños. Luego visitas los diferentes espacios donde se guardan los utensilios que se usaban para arar la tierra y para otras profesiones de la época: la herrería, tornería, carpintería, las cocheras, etc. Esta parte es la que más me gustó a mí, aunque me sorprendió que los niños prestaban atención y preguntaban curiosos por algunos utensilios que les llamaban la atención.
Luego recorres los jardines exteriores y por fin llegas a la casa. Yo tenía ganas de ver la casa, pero lamentablemente poco os puedo contar, y menos mostrar en fotografía, porque fue entrar y salir pitando.
Como toda casa-museo que se precie, hay polvo, y en este caso además, mucha humedad, y mi hijo es muy alérgico a los ácaros con moho, por lo que fue entrar, respirar el ambiente y coger a los niños para salir pitando. ¡Qué odisea! Y encima los niños que no entendían mucho mis prisas, empezaron a asustarse, yo que no veía el final, me estaba agobiando, y claro, pasábamos por capillas, celdas un poco tétricas yo agobiada por salir, y los niños ya con miedo … vamos ¡un show! Parecía que nos habíamos metido en la casa del terror!. Y es que para salir tienes que recorrer todo el camino (aunque lo fácil hubiera sido volver atrás, pero no caí de los nervios).
Por fin, 5 minutos después que se hicieron eternos, salimos al exterior y respiramos el aire puro de la montaña.
Pero tengo que decir, que aunque ví poco, todo de refilón, me hubiera gustado verlo tranquilamente porque había rincones muy interesantes para escudriñar con la mirada.
Al final del recorrido hay una pequeña tienda donde puedes degustar los típicos buñuelos de viento (qué ricos por favor!), turrones, mermeladas… ¡nos pusimos las botas!. Y para ya terminar el recorrido bajamos a los jardines a jugar un poco.
Fue una tarde diferente, interesante y con mucha emoción.
Y vosotros… ¿Habéis llevado ya a los niños a la granja de Esporlas? ¿Les gustó?