Ya de vuelta de nuestro viaje de 45 días por África, me apetecía compartir un par de reflexiones respondiendo a la mayoría de preguntas que me están haciendo los más allegados. Pero en el momento de ponerme a escribir, solo me sale hablar de la gente de allí, de lo maravilloso que ha sido todo y lo fácil que nos lo han puesto.

Nuestros primeros 16 días transcurrieron en Bamba, el primer proyecto humanitario que conocimos, Ya os hablé de Bamba en este post pero ahora quería hablaros de lo que se vive allí, lo que se aprende allí. Porque tras nuestra experiencia, es algo que os recomiendo vivir de manera individual, en familia, en pareja, con amigos, o como sea, … pero vivirlo.

No he visitado muchos proyectos en mi vida, pero estoy segura que Bamba es única. Desde el primer día que llegas te sientes parte de la gran familia que son.

Pero antes de hablar de Bamba como una vivencia y no como un proyecto, sería injusto no agradecer primero a Rocío y Eli su labor, que hace posible que Bamba sea lo que es hoy: Una familia.

Una familia compuesta de Rutto y Christine (un matrimonio keniata), sus 3 hijos, una veintena de niños de todas las edades (desde los 2 añitos hasta los 17) que de una manera u otra no cuentan con el apoyo parental, bien porque están muertos, enfermos o encarcelados, y un grupo de mujeres Neema, mujeres sin recursos que acuden todos los días a Bamba a trabajar, ya sea en la cocina, o al frente de sus máquinas de coser. Ésta es la gran familia que te recibe una vez cruzas esa verja de color verde. Una familia que te acoge con los brazos abiertos de manera literal, porque en mi vida he abrazado tanto como estos 16 días en Bamba. De hecho empiezas la mañana abrazando, 20 abrazos mañaneros. Esos abrazos se acaban convirtiendo en la energía de tus mañanas. Eso sí es comenzar bien el día.

El entorno donde se ubica Bamba es alucinante.  Está situada en las afueras de Kabernet, un pequeño pueblecito de montaña al norte de Kenia y cerca de Iten (si eres maratoniano habrás oído hablar de este pueblo que es de donde nacen los kalengi, los mejores maratonianos del mundo). Cualquiera podría pensar que poco o nada tiene de interés turística la zona, pero para nosotros, que somos viajeros hambrientos de cultura local, la zona tenía mucho que ofrecernos. Los niños de Bamba nos llevaron de excursión varias veces, algo que como sabéis nos encanta. Nos llevaron a su riachuelo favorito a nadar y a Kerio Mountain, la montaña más alta del Baringo Valey. También nos invitaron a la ceremonia de clausura de su curso escolar y a sus domingos de Gospel.

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Cada día era una aventura para nosotros, un aprendizaje nuevo.

Cada día nos demostraban cualidades que nosotros podíamos mejorar. Empatía, generosidad, respeto, agradecimiento, responsabilidad.

  • Como cuando estando de excursión, Lía se cayó clavándose una piedra en la cadera, y ninguno de ellos dejó que Lía volviera a caminar.
  • Como cuando jugaban cerca de nuestro bungalow junto a Lía y Alex y ninguno de ellos traspasaba nuestra puerta salvo que les invitáramos a entrar.
  • Como cuando nos quedamos sin agua en Bamba, y todos y cada uno de los niños empezaron a transportar cubos de agua.
  • Como cuando había que bajar por una pendiente de rocas y estuvieron pendientes de Lía y Alex en todo momento.
  • Como cuando cada sábado les veíamos lavar su ropa.
  • Como cuando les compramos un helado a cada uno y absolutamente todos y de manera espontánea vinieron a darnos las gracias.
  • Como cuando….

La lista es interminable.

 

 

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Y entre aventura y aventura con los niños, estaban las mujeres Neema. Como ya he dicho son un grupo de mujeres sin recursos a las que Bamba les ofrece formación y recursos para que puedan salir adelante ellas solas.

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Cada día llega a Bamba Rachel, una mujer con un estilazo y una elegancia natural impresionante, que les enseña a usar máquinas de coser y les ayuda a elaborar sus creaciones artesanales.

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Uno de los recuerdos mágicos que recuerdo con ellas, es cuando Lía mostró una de sus creaciones (Lía tiene máquina de coser) y todas ellas maravilladas estuvieron dándole la enhorabuena al tiempo que miraban minuciosamente cómo estaba cosido por dentro. El orgullo tímido en la cara de Lía es algo que me quedará grabado para siempre en la retina gracias a ellas. O esa mañana que Lía se sentó con junto a Mary y se pasó allí buena parte de la mañana haciendo pulseras y disfrutando en silencio de ese momento compartido.

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O como cuando yo estaba sentada con mi ordenador en el aula de formación, editando las fotos que hice a sus creaciones, y mientras ellas cortaban y confeccionaban, en un momento dado puse patatilla en un plato para compartir con ellas, y sus caras se iluminaron y comieron como niñas riendo y disfrutando de un pequeño break.

Momentos mágicos de situaciones cotidianas, que aquí seguramente pasarían sin pena ni gloria, allí se vivian de otra manera.

Y por último estaban Christine y Rutto. Los papis de todos. A un tris estuve yo de llamarle mami a Christine y tiene mi misma edad! 😊. La bondad y generosidad de esta pareja es admirable. Como ya he dicho tienen 4 hijos, pero nadie es capaz de identificarlos si no te dicen quienes son (bueno, salvo por el pequeño Jakes que es clavado a Rutto jaja). Tuve que insistir mucho a Christine para que me lo dijera, y solo el último día lo hizo. Y es que sus hijos comparten por igual todo lo que Bamba ofrece a los otros 20 niños. Todos son iguales, todos tienen el mismo derecho. Y todos les llaman papi y mami.

Christinne es la coordinadora, la cabeza pensante, la organizadora, la que gestiona el día a día de todos. Rutto es el guía, el que acompaña, recoge, es la diversión, la alegría… el alma de Bamba. Y ambos son puro corazón.

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Bamba no es un sitio donde hacer un voluntariado, Bamba es un sitio donde convivir en familia, contagiarte de su alegría y disfrutar de la sencillez de la vida. Un lugar donde es más importante lo vivido y aprendido, que lo que tú puedas aportar.

Un claro ejemplo fue el día que Toni organizó allí un maratón entre todos los niños de la zona.

¿Qué les aportó eso? A parte de unos pequeños premios, poco más.

¿Qué se vivió allí? Una tarde para recordar: trabajo en equipo, esfuerzo, apoyo, compañerismo, emoción.

Ver cómo muchos de los participantes llegaban a la meta exhaustos, sin aire, mareados, habiéndolo dado todo y con el apoyo y griterío de los que había en las gradas. Ver cómo en cuanto cruzaban la meta, se lanzaban todos los demás a servirles de muleta y darles glucosa (sí, allí nada de agua, glucosa). Ver cómo se daban la enhorabuena unos a otros…

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Habíamos marcado unas distancias un poco ambiciosas, me di cuenta después, cuando vi la cara de llegada de todos. Pero ninguno abandonó. Todos lucharon por terminar.

Y aquí fue donde Alex vivió uno de los momentos más intensos de todo el viaje. Alex participó en la carrera de su categoría, dándolo todo. Dos vueltas al campo de futbol, y durante toda su carrera los niños de Bamba vitoreaban su nombre, apoyándole, animándole a seguir. Y la terminó. Y lloró. Y yo no pude quererle más.

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Y así transcurrían nuestros días en Bamba, de emoción en emoción, de aventura en aventura.

Por primera vez probamos ugali y el chappati.

Por primera vez fuimos 4 en un piki-piki (una moto taxi).

Por primera vez vimos un elefante.

Por primera vez nos subimos al capó de un coche.

Por primera vez bailamos al ritmo africano.

 

Y en ningún momento tuvimos miedo.

Y en ningún momento nos hicieron sentir diferentes.

Y en ningún momento sentimos añoranza de lo material.

 

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Una amiga con la que compartí este post antes de publicarlo, me contó que leerlo le vino a la mente la historia de Mamadou, un senegalés que consiguió llegar a España en cayuco, pero que tras algunos años en España, decidió volver a su país y montar una ONG, Ha Ha Tay.

Y me dispuse a investigar la historia de Mamadou y descubrí algunas de las reflexiones tan reales que nos dejó y su invitación a reconstruir nuestro concepto de pobreza centrado exclusivamente en lo material:

“Me hicieron creer que era pobre y cuando llegue a España me di cuenta de que la pobreza es otra cosa”

“Pobre es quien no conoce lo que hay en el mundo”

 

Y este fue nuestro aprendizaje en la primera etapa de nuestros 45 días en África.