Sí, lo habéis leído bien. Nuestra última aventura con los niños ha sido realizar un viaje en bici.

Hacía tiempo que queríamos hacerlo, y siempre pensamos que sería recorriendo parte del Camino a Santiago. Pero las oportunidades llegan cuando llegan y un par de semanas antes de Pascua mi marido me comunicó que tenía 4 días libres, época en la que normalmente trabaja ya que hay competiciones de piragüismo próximas.

Se nos ocurrió entonces ir a Formentera en bici.

Toni siempre me había hablado de lo bonito que era Formentera en invierno, pero la verdad es que nunca me había resultado un plan muy atractivo. ¡Qué equivocada estaba! Semana Santa no cae en invierno, pero con el tiempo que hemos tenido, ¡bien podría haberlo sido! Y la verdad que ha merecido la pena.

Pero hoy no vengo a descubriros Formentera, sino a contaros la gran experiencia que ha sido para los 4 realizar este viaje en bici, y animaros a que os lancéis a esta bonita aventura sea cual sea el destino.

No os voy a engañar diciendo que cuando supimos el temporal que se avecinaba no nos planteamos alquilar un coche. De hecho estuvimos a un tris de reservarlo, pero decidimos que si realmente lo necesitábamos, ya lo alquilaríamos una vez allí, que lo bonito de la aventura era dejar sitio a la improvisación.

Salimos de Palma ya con nuestras propias bicis cargando cada uno con su mochila por lo que la aventura empezó desde el minuto cero, ¡sobretodo cuando justo esa misma mañana nos enteramos que el barco salía desde el embarcadero de Porto Pí con su respectiva cuesta! llegamos a ir caminando y perdemos el barco!

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¿Y qué es lo que ha hecho este viaje tan especial? Su libertad.

  • Han disfrutado de su autonomía, ser los dueños de su propio recorrido.
  • De parar cuando observaban algo que les llamaba la atención.
  • De bajarse y empujar cuando estaban cansados.
  • De salirse del camino cuando había terreno para ello.
  • De la recompensa al final del día de ver todo el recorrido realizado y las cosas visitadas.
  • De ir a la compra y calcular lo que cabía en la cestita de la bici.
  • De las conversaciones inusuales durante horas en las que no hay más sonido que la propia de la naturaleza.
  • De sentir que ni la lluvia ni el viento eran un impedimento para disfrutar.

Pero sobre todo han aprendido a ser responsables en situaciones de peligro, y a que todo el esfuerzo merece la pena y que si la actitud es buena, todo es posible.

En 4 días han recorrido casi 100 km, casi nada. Con sus duras cuestas, con la adrenalina de las bajadas, con viento en contra, con lluvia, con barro. Pero siempre, SIEMPRE con una sonrisa puesta. Porque en 4 días no he oído una sola protesta, y aunque podemos decir que Alex es más todoterreno, Lía es la que nos ha sorprendido, una vez más. Y es que siempre es ella quien mejor actitud muestra, porque aunque a priori es la más urbanita, y quien pone cara rara cuando le hablamos de ir de excursión o en bici, es ella la que acaba animándome a mí cuando me falta la respiración.

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¿Y qué he aprendido yo?

Que no soy quien para determinar qué son y qué no son capaces de conseguir.

Siempre he defendido que somos los padres quienes limitamos las capacidades de los niños, y siempre he intentado evitar caer en el “Uy no, mi hijo esto imposible”, ni en las excursiones, ni con la comida, ni en los viajes, ni en otras situaciones.

Pero lo cierto es que cuando estábamos mirando sobre el mapa la distancia desde nuestro apartamento en Es Mitjorn hasta el Faro de Barbaria, un total de 24 km entre ida y vuelta, me vi diciendo “no sé si aguantarán”.

No solo aguantaron, sino que lo hicieron sin apenas comer nada y sin protestas. Porque solo comieron plátanos, pistachos y agua durante 6 horas que tardamos en volver del Faro hasta San Francesc.

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Y para rematar estos 100 km recorridos en 4 días, el último día ya me tuve que quitar el sombrero ante ellos. De camino al puerto para coger el barco, nos tocó pedalear durante 40 minutos con lluvia intensa. Cuando llegamos a puerto, y nos hicimos una foto totalmente empapados, sólo había en sus caras una sonrisa de satisfacción.

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Aunque ahí no acababa la aventura ya que nos tocaba navegar con temporal hasta Ibiza y de ahí cambiar de barco hasta Mallorca.

Llegábamos a Palma a las 2 de la mañana y vuelta a subir en bici. Y de nuevo la sonrisa, esa sonrisa de «lo hice» que no olvidaré.

 

 

 

PD. Sí, íbamos sin cascos, con las prisas mientras nos poníamos las mochilas y cogíamos las bicis, nos los dejamos encima del capó del coche 😦